Unicornio saluda desde la ventana de una valija. Una esquina rosada se mimetiza con el tiempo. Una geografía de colores trota con un caballo. Una mujer desnuda cabalga empuñando un pedazo de cielo abigarrado. Un abrazo de violonchelo y piano cobija el pájaro de la fe. Los murales de la casa quinta de sus abuelos le arriman los rumores de su entrerriana Victoria natal. El dolor de la muerte de su hermana mayor golpea su alma niña en Río Tercero. La música, la pintura, los cuentos, los sones de una “verdulera”, lo acompañan en Córdoba capital. En un colegio secundario de Florida (Buenos Aires), un profesor de pintura le devela los misterios de Dalí, Picasso, Kandinsky, Giacometti. En los 70 desembarca en Tucumán, donde los pinceles de sus desvelos levantan vuelo y despliegan las alas de su destino de artista visual. “El muralismo y la pintura en grandes dimensiones me acompañaron siempre, desde la niñez a la actualidad. Resolver el contenido, el soporte, la técnica, el contexto, el color y la forma, son el desafío. Pero siempre está la expresión personal, que con el tiempo te va dando la dinámica de la vida. Desde la realización de una obra de caballete a un mural siempre está presente la toma de conciencia de la vida, la ecología, los valores de justicia, libertad, igualdad”, afirma Aníbal Fernández.

 - ¿Cuándo se produce tu desembarco en Tucumán?

- En el 71 dejo Buenos Aires donde ya la pintura me acompañaba. Estar cerca de mis padres, era una posibilidad de cercanía y reencuentro, si venía a Tucumán. Ya en viaje anterior, me había impresionado la belleza de su naturaleza. Aquí llego a pensar que mi pintura entre lo real y lo irreal, tiene que ver con la memoria, con la historia y con ficciones, sueños, leyendas y vivencias, ilusiones, alegrías y tristezas, que me acompañaron en estas etapas. Después vino un período oscuro, confuso, doloroso. Yo finalizaba mis estudios en el 76, 77. El mundo de la ficción, donde los conflictos se escribían en las páginas de “El eternauta”, se escriben dramáticamente ahora en las calles, los cerros, en las caras y la carne de la gente.

- ¿Qué maestros te ensancharon el horizonte de la sensibilidad?

- No recuerdo época, antes, durante y después de mis estudios universitarios, que no haya estado dibujando o pintando. Hubo maestros en la Facultad de Artes, que más que marcas, apoyaron mi entusiasmo en lo que ya hacía, pintar y dibujar. Incorporé otras técnicas, hice obras de grandes dimensiones, participé activamente en exposiciones, concursos, etc. Creamos un grupo heterogéneo que se llamó “Expresión Plástica Joven”, que en un clima de libertad hacíamos encuentros con música, disfraces; explorábamos otras formas de expresión. Una vez hicimos un homenaje a Pier Paolo Passolini. De los maestros puedo decir que todos aportaron sus conocimientos, Miriam Holgado, Enrique Guiot y otros, así como Ezequiel Linares, que en una visita a mi taller le gustó tanto una obra mía que me la cambió por una suya, que me la dedicó con afecto y aún conservo. Hubo profesores como Edmundo Concha, que irradiaba un profundo conocimiento por la historia de la escultura y pintura. También Leo Combes, Aurelio Salas… hubo maestros-amigos fuera del entorno universitario, como Luis Lobo de la Vega, Fued Amin, Juan Bautista Gatti y en Buenos Aires, pintores que apoyaron mi obra, como Guillermo Roux, Oscar Capristo, Víctor Chab o Carlos Alonso. Los años de Facultad fueron muy intensos en experiencias y actividades.

- ¿Cómo era tu imagen pictórica en los 80? ¿Qué temas te atraían?

- Mi destino de pintor no lo busqué, se confirmaba en todo momento, era una vivencia natural. Aun cuando fui profesor en la Escuela de Bellas Artes, o creativo en la agencia de publicidad Personha, o realizando talleres o docencia particular. Descubría el entorno y veía que las superficies hablaban al hacer trazo, que se iban integrando con formas y colores y temas diversos, generalmente realistas. Profundizando mis técnicas, óleos, acrílicos, pastel, acuarelas, y una gran temática que se fue afianzando, el retrato. Diversos retratos son de esa época, en la que también surgen mis primeros retratos de Alberdi, San Martín, etc. Encargos particulares de retratos y recibir premios y distinciones o realizar exposiciones, me creaban una mayor responsabilidad hacia el público. Es limitado lo que uno pueda decir de sus obras, y uno no puede invalidar los múltiples significados que le otorgan los espectadores. Siempre el hacer estuvo en primer plano, luego la teoría acompañaría lo realizado. El arte de la pintura es una forma de vida. Uno puede trasladarse de la vigilia al ensueño, disfrutando y sin perder el contacto con la realidad. En esta década con mi compañera, la pintora María Florencia Ortiz Mayor, nacen nuestros hijos Matías y María Sol, que me siguen acompañando y enseñándome el misterio y valor de la vida creativa.

EL AUTOR Y SU OBRA. Detrás del pintor hay un mural de su autoría.

- ¿Qué aportaron a tu crecimiento tu experiencia en Francia y Holanda? ¿Hubo cambios en tu estética?

- En Francia y Holanda más que formación tuve confirmación de mi pintura -yo había realizado muestras en galerías, así como en el Museo de Arte Moderno en Buenos Aires-, constatar que mis obras estaban en consonancia con los pintores figurativos contemporáneos y la afirmación de técnicas de los antiguos maestros, como Rembrandt, Vermeer, Frans Hals, y los modernos como Balthus, Marc, Bacon, Max Ernst. Trabajé con otros pintores: con Pat Andrea pintamos murales para la Embajada de Holanda en París, una experiencia intensa, y con pintores del equipo Art Public intercambiamos conocimientos, también con artistas argentinos como Drangosh, Vañarsky y Seguí. Numerosas actividades acompañaron las obras que pude producir allí, en el atelier que tenía en La Bastilla, desde ahí pude recorrer valiosos museos como los de Orsay, el Centro Pompidou, Le Grand Palais, el Louvre… Tuve la sensación de que estaba en la senda de la pintura sin concesiones. Y en Holanda, la pintura de los flamencos determinaba el eslabón que necesitaba para con mayor libertad acentuar mis obras, emparentada con pintores figurativos como Dik Ket, Willink, Westerick y otros.

- ¿Cómo conciliás el arte con la psicología?

- Me gradué de psicólogo en la Unsta, para conciliar una carrera a la mañana, Artes, y a la tarde Psicología, y me aseguró este camino el encuentro con Tato Pavlovsky, quien después de un taller que hizo en Tucumán, me dijo: “haga las dos disciplinas si le da el cuero”. Ahí vivencié lo que es encontrar a un interlocutor positivo. No ejercí como psicólogo clínico, pero sentí gran atracción por los fenómenos de los procesos creadores. Tuve la suerte de profundizar en Asept este anhelo, con grandes profesionales como Clara Espeja, Mauricio Abadi, Luis Storni, Cristina Flores y Carlos Martínez Bouquet, referente inobjetable de las investigaciones profundas en creatividad, desde los años 70 a la actualidad. Esta fusión de las dos disciplinas ha sido apasionante y pudimos desarrollar charlas y talleres de creatividad desde hace más de 30 años. Más de 100 retratos he realizado a la fecha, y me sigue conmoviendo cómo la pintura puede tocar el alma del espectador a través del retrato. En carbonilla, en pastel, en acuarela, en acrílico o en óleo, siempre es un desafío no solo por lograr el parecido, sino algo más allá. La mirada cumple su misión, diría Clara Espeja: “la mirada del otro es lo que nos constituye”. Y quizás retratos que hice también sobre Borges me recuerdan esa frase de él tan exacta: “y pensar que no existiría, sin esos tenues instrumentos, los ojos”. Imposible separar el arte de la psicología, la filosofía y otra disciplinas humanistas. Es así como podemos pensar que cualquier dogma, en arte, sucumbe ante el hecho estético.

- ¿Cómo definirías la creatividad?

- La creatividad es inherente al ser humano. Todos traen al nacer esa posibilidad, depende de cómo actúa el entorno, para que se pueda favorecer o no ese don. Hay muchas acepciones sobre lo que es la creatividad, pero las características tienen que ver con la aparición de algo nuevo y valioso, y en ciertos casos por transformación de algo ya existente. Esta libertad de expresarse trae un cambio en el mundo y es original y recorre un proceso de producción. Y no solo se refiere a lo artístico o científico, sino a cualquier situación cotidiana o culinaria… hay niveles según el grado de autenticidad. Existen pasos del proceso creador que permiten observar energías positivas, en oposición a otras negativas que inhiben el flujo de esas energías. Hay modos de revertir esas inhibiciones. Gracias a los grandes creadores, la humanidad sobrevivió a tantas catástrofes, por eso sería importante fomentarla para logra el gran cambio cultural de la humanidad.

 - ¿Cuáles son los asuntos que siempre rondan por tu cabeza?

- El “tema” puede ser un pretexto para plasmar un planteo, un enigma plástico, una pintura. A veces nos desvela ese juego y encuentro con los resortes que movilizan nuestra interioridad y son como claves del universo y que nos maravillan, sobre todo cuando tiene que ver con la naturaleza o con alguna verdad escondida de la condición humana. Podemos pintar todo tipo de tema, desde el más intenso o dramático al más apacible y tranquilizador. Así como se desliza el óleo sobre el lienzo, corre la vida y su dinámica creadora. Bocetos, estudios desinteresados, libres, son los talismanes que ordenan, dirigen orientan sobre futuras obras. La acción precede a la teoría. El presente acontece en medio de vivencias, sensaciones, sentimientos, armónicas o contradictorias, esto nos empuja a pintar. La esencia de esto puede trasladarse a obras, como me ocurrió con la obra “El rapto de Helena” (de la serie Carrusel). La improvisación, con conocimiento de ciertos recursos pictóricos, apropiados al tema, es lo que me hace asociar la pintura con el jazz, como por ejemplo en obras como la de “Los olvidados”, o un retrato de Borges, o “Intermezzo burlesco”. Además esa sensación de armonía y de pronto la introducción de un elemento sorpresivo, espontáneo. Muchas melodías de jazz acompañan con swing el momento de juego sagrado del pintar, como en la obra “Esquina Rosada”.

- ¿De qué nos habla tu pintura?

- Es difícil saber de qué le habla mi pintura al espectador. Muchos expresan lo que les provoca y es muy grato sentir a donde los trasladan esas imágenes, como en la obra “La mirada”. Hasta a veces asocian a algún poema... Los temas que siempre me aparecen, son figuras, cuerpos, animales, pájaros, árboles, plantas, flores, caballos, la mujer, o temas cotidianos y me atraen valijas, máscaras de la “comedia del arte”, de la ópera, como la obra “concierto de máscaras”, o “Falstaff”, de una obra de Verdi, instrumentos musicales, ropajes, rostros, temas históricos, o sociales, todo puede despertar una conexión con la chispa de la acción pictórica. No busco los temas, aparecen, como diría Federico García Lorca: “necesitamos haber olvidado la poesía, para que ella aparezca desnuda en nuestros brazos”.